Este libro de Álvaro Cunqueiro fue una recomendación de José Juan, un compañero y (sin embargo, como le gusta decir a él) amigo del trabajo con el que siempre me ha gustado hablar de libros y de buena comida. Encontré un ejemplar en el rastrillo solidario del colegio de mis hijas en Cabezo de Torres, y por un euro me lo llevé junto a las biografías de Hemingway y Lorca, curiosamente unidas en un solo volumen que ya he concentrado aquí, según creo.
Guarda relación conmigo por otras causas, en especial por su contenido bretón y mis raíces por parte de madre. Empieza con una, para mi gusto, ampulosa presentación de Néstor Luján, que da muestras de amistad y erudición, pero repele más que admira. El ambiente de niebla y misterio, y los párrafos labrados que me recuerdan un poco a Proust (aunque es de agradecer que los capítulos son breves) predicen un disfrute goloso, y han puesto en espera las carcajadas amargas del Buscón de Quevedo, a las que probablemente volveré pronto.
Describe un viaje fantástico-humorístico ocurrido a un sochantre que toca el bombardino y desea a su criada. Una noche misteriosa topa con un carruaje con misteriosos viajeros que intentan llegar al otro mundo después de haber muerto en éste. El libro cuenta las vidas y miserias de estos difuntos en pena y gira con salero y humor con sus peripecias.
Al final del librito nos encontramos con una reseña de los personajes y sus intervenciones, que a lo mejor escribió el autor para apoyarse en la construcción de la historia, pero que tiene casi tanta o más chispa que sus pasajes.