Del átomo (de la molécula) al bit

En una de mis visitas de trabajo a la Ciudad del Agua, en la zona franca de Barcelona, me encontré con este metro cúbico de metacrilato que se ve en el centro de la foto. Es un instrumento ya clásico para provocar la reflexión en diversos debates: si comparamos el precio de este metro cúbico de agua con el de un metro cúbico de agua embotellada, vemos un salto de tres órdenes de magnitud, y eso sin contar el coste ambiental de todo ese plástico yendo a parar al mar.

Pero en los recientes debates sobre la remunicipalización, lo de que el agua no es un negocio, etcétera, nos puede dar por pensar en si lo que venden las empresas privadas (y públicas, a ver si es que en Sevilla o en Madrid no hay que pagar por el servicio de agua) no es un metro cúbico de agua.

Si eso fuese así, el vídeo del hombre con bigote, pelo en pecho y cadena de oro metido en la bañera y repartiendo el agua de esa misma bañera de mala gana tendría algo de cierto. No se cobra por el agua. De hecho, quien cobra por el agua es el estado, con las concesiones administrativas y las tasas de utilización de agua. Se cobra por el servicio, por traer ese agua desde el subsuelo, los ríos, lagos, embalses o el mar hasta una instalación que permita potabilizarla, y después transportarla por una extensa red de tuberías, con bombeos que consumen energía eléctrica, con sistemas de control sanitario, sistemas de «control de trafico del agua», personas que aseguren que funciona todos los días, a todas horas, con las manos o con la cabeza. Y que recojan el agua usada hasta instalaciones donde se acondicione para devolverla al medio natural. Todo ello cumpliendo una cantidad de regulaciones comunitarias, nacionales, autonómicas y locales para garantizar la calidad del servicio, y al fin al cabo, del recurso que se entrega al usuario de ese servicio.

No se cobra por los átomos de agua, se cobra por entender y gestionar el proceso que asegura que lleguen a casa y se recoja de casa el producto usado. Si fuesen patatas o libros, no tendríamos estos apasionados debates que a menudo no tienen un fundamento sólido. Al hablar de agua conectamos con el animal que duerme en el centro de nuestros cerebros, en el paleocórtex, donde se desencadenan las respuestas instintivas a estímulos que no dejaban tiempo para pensar si lo que se quería era sobrevivir. Podríamos hablar de eso pausadamente, sin alegatos del tipo «yo primero», y entender las posiciones mutuas sin intentar aprovecharlas para lanzar mensajes que sean bien acogidos por los votantes. Se tomarían decisiones responsables que evitasen el despilfarro de recursos, cosa que ocurre en uno y otro bando mientras el medio se estropea cada vez más y nosotros, todos, somos ajenos a que estamos pidiendo más de lo que el planeta nos puede conceder.

Hoy en día, más que nunca, es necesario hablar sobre la base de datos objetivos. Las opiniones se agitan con tanta facilidad que pronto nos veremos apoyando disparates que nos dejarán sin margen de reacción. Las instalaciones que en siglos pasados se construyeron para que llegase el agua a los domicilios, para que las calles no fuesen un estercolero insalubre, necesitan un mantenimiento para seguir funcionando con fiabilidad. Los recursos deben administrarse con visión conjunta, dando prioridad a lo que va primero y dejándose de posturas interesadas disfrazadas de sabios consejos por el bien común. ¿Estamos preparados para eso?

Tecnológicamente sí. Disponemos de herramientas más potentes a cada día, a cada minuto que pasa. Podemos analizar conjuntos de datos cada vez mayores sobre cómo funciona cada sistema que compone este proceso, de sensores en miles de millones de dispositivos, de hogares hiperconectados, de sistemas para la telelectura del consumo en cada hogar, de apps para saber si mi casa consume más o menos que la media de hogares similares al mío, y que convierten en un juego el ser más responsable con el uso que cada uno hace del recurso. Tenemos máquinas que aprenden y que nos aconsejan a qué hora es mejor activar los bombeos para llenar los depósitos, que nos avisan de la llegada de una tormenta para que nos preparemos y evitemos desbordamientos del alcantarillado al medio, de instalaciones que regeneran el agua residual y permiten reutilizarla para regar y prevenir la escasez allí donde el recurso es escaso. Pero todo ese despliegue requiere invertir. No es un capricho, es supervivencia (de todos, no de las empresas de aguas). Mejor dejar de lado el postureo, por muy bien que quede decir que el agua es de todos, o precisamente porque el agua es de todos, es necesario hacer que sea sostenible abastecerse de agua.

2 Comments

  1. Cuán bien haría este «metro cúbico» en la calle con su precio y todo, y a su ladito una botella de pet, pero tambien con su precio.
    Creo que esto removería consciencias, pero sólo de aquellos que tienen.

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    1. Diego, ¡muchas gracias por tu comentario!
      Hay mucha demagogia con este asunto, lo vemos a diario. Lo mejor, en mi opinión, es abrir los datos de una vez y dejar claro qué valor es el que se aporta con la actividad. Eso acalla toda especulación, y genera la confianza que parece faltar. O al menos cierra la puerta a las suposiciones interesadas.

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